Hace poco escuché decir que enamorarse es un acto reflejo, como tener miedo. Dicen que es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento desagradable provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente o futuro. Emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o amenaza. Pero no creo que sea malo tener miedo. Quizás lo malo es dejar que domine tu vida. Porque entonces no tendrás vida, sólo miedo.
Yo tengo miedo. Tengo miedo de lo que tengo, de lo que tuve y de lo que tendré. Tengo miedo de saber que sólo muere lo que olvidas, de saber que todo tiene fecha de caducidad, y de saber que abrimos heridas para volver a casa confundidos y poder dormir. Miedo de ver hombres vestidos de personas, de pedir lo que nos quitan, de hablar por hablar, y de dejarse llevar. Miedo a empezar a imaginar mientras escuchas. A volver a creer, y de los trenes que dicen que sólo pasan una vez. De bajar antes de tiempo, en medio de la nada, sin saber quién pasará, a dónde ir o qué esperar, Y de esperar. Miedo de encontrar a las personas indicadas en momentos indicados. De imaginar que es posible revivir tus propios actos hasta el infinito, de vivir más intensamente y de dejar cosas por hacer. Porque quiero pensar que las cosas no suceden por que sí, pensar que el todo forma parte del plan, de animales heridos que no dicen nada. Miedo del miedo, de costumbres y patrones. De que se apague la música, y, a veces de las miradas. De los lunes al sol y de algunos domingos por la tarde. De los cambios que no cambian, de no soñar o no recordar. De no recordarme. De cambiar. De olvidar mis pasos, formas o propósitos. De perder verdaderos amigos, que no tienen porque acompañarte en buenos y malos momentos, sino los que cuando te apartas de tu camino, están ahí para devolvértelo, y hacerte daño a los ojos.
Estos miedos se escriben solos, por necesidad, la del acto de observar que está bien el no estar bien, y del pensar que no siempre es fácil hablar, que hay cosas que no se ven y otras que nadie cuenta, y porque callamos más de lo que imaginamos.